domingo, 25 de septiembre de 2011

LAS DOS CARAS DE INTERNET


Por Eliseo Verón
¿Qué aporta Internet de nuevo, a la larga historia de la relación entre los medios de comunicación y las sociedades humanas? Buena pregunta, como se suele decir. Las múltiples respuestas que se están intentando son todas seguramente prematuras, por lo cual un intento más no tiene por qué molestar. Aquí va una hipótesis sobre la “ontología” comunicacional de Internet.
Si dejamos de lado el correo electrónico propiamente dicho, que no viene al caso en este contexto, tenemos dos grandes usos estabilizados hasta el momento. El que ya podemos calificar de “clásico” –la navegación en busca de información, de datos– y el más reciente, el de las “redes sociales”. Desde el punto de vista técnico, los dispositivos son los mismos: en el ciberespacio, una “persona” no es más que un paquete de archivos relacionados entre sí.
Ambos aspectos tienen en común lo que a mi juicio es el núcleo (potencial, implícito, sin duda) que el fenómeno Internet activa: lo llamaré el problema de las condiciones de acceso. El uso “búsqueda” plantea la cuestión crucial del acceso al conocimiento. El uso “relacional” plantea la pregunta por el acceso al Otro, por el vínculo social, esa pregunta a la que Roland Barthes dedicó uno de sus últimos seminarios en el Collège de France, poco antes de morir: “¿Cómo vivir juntos?”. Ahora bien, el principio fundante, hoy, de la política en democracia articula precisamente ambos aspectos: la igualdad de todos los seres humanos. Mi hipótesis “ontológica” tal vez permita comprender mejor el papel de la Red en lo que está sucediendo en el mundo árabe y en algunos países europeos.
Esa es una de las caras de Internet. La otra cara es su sustentabilidad, y como vivimos en democracias republicanas capitalistas, no puede tener otra forma que la creación de valor. Ningún fenómeno mediático de una cierta importancia ha persistido si no ha significado, al mismo tiempo, un interés económico para alguien, es decir un negocio rentable. Tal vez esto sea escandaloso –como lo proclaman varios gobiernos latinoamericanos,  entre ellos el nuestro– pero desde el punto de vista de la historia social de los medios es, en todo caso, una banalidad.
A propósito de los negocios en Internet, en el último número de la New York Review, James Gleick presenta y comenta cuatro libros recientes dedicados al estudio de esa simpática corporación que, como lo recuerda el autor, en apenas una década construyó una marca global que supera en notoriedad a Coca-Cola y a General Electric, creó riqueza a la mayor velocidad conocida en la historia y hoy domina la economía planetaria de la Red: Google.
Me limitaré a dos citas. La primera, de Siva Vaidhyanathan, en uno de los libros comentados: “No somos clientes de Google, somos su producto. Nosotros –nuestras fantasías, fetiches, predilecciones y preferencias– es lo que Google vende a los anunciantes”. (Más del 96% de los 29 mil millones de dólares de facturación de Google el año pasado, señala Gleick, viene de la publicidad). La segunda, del propio Gleick: “Todas las redes sociales tienen acceso a nuestra información y la usan. ¿Son acaso amigos nuestros?”.
No digo que las dos caras de la Red sean como los dos lados de la Fuerza en La guerra de las galaxias, ni que la creación de valor sea necesariamente el lado oscuro. Digo que es útil tener claro que están las dos caras. Entre ambas hay contradicciones, duros contrastes, fuertes tensiones. Tal vez, lo que separe esas dos caras sea el tiempo, en suspenso, de la historia futura. Porque como dijo Carlitos (no Chaplin, el otro, el barbudo), hablando de las revueltas que él conoció en el siglo XIX, “la revolución social no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir”.

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